Ramón Barral Camba

El covid-19 pudo con el cura emérito de la parroquia de Santa María de Cruces-A Escravitude, en el municipio de Padrón. Ramón Barral era natural de Arzúa, tenía 83 años y los últimos los pasó en la residencia Domus VI de San Lázaro, en Santiago, aunque falleció en el Hospital Clínico-Universitario. Ya jubilado, ingresó en la residencia después de que su salud se deteriorara a raíz del trágico asalto a la casa rectoral de Cruces, en la que residía con su criada, María Soto. A ella la mataron por asfixia y al sacerdote le propinaron una paliza. Ocurrió en septiembre del 2014 y aún hoy no se sabe quiénes fueron los autores, más allá de que fueron tres individuos los que entraron en la vivienda con la excusa de que había un fallecido en la parroquia.
Hasta entonces, Ramón Barral y María Soto eran dos vecinos más del lugar, queridos y valorados, quizás porque el sacerdote llevaba 36 años en la parroquia y la asistenta, algunos menos. Barral ejerció el sacerdocio durante 58 años, hasta su jubilación en el 2015. Así, fue párroco de San Pedro de Carcacía de 1975 a 1986. En 1979 se hizo cargo de la parroquia de Santa María de Cruces, que rigió hasta su retirada. También estuvo encargado durante un tiempo de las parroquias de Santa María de Oín y San Pedro de Herbogo, ambas en Rois. A raíz del asalto, no volvió a residir en la casa rectoral de Cruces y apenas ejerció unos meses como párroco antes de jubilarse. Entre los feligreses, dejó «un moi bo recordo» y son muchos los que lamentan que haya fallecido por el virus. Está previsto un funeral en su memoria en el santuario de A Escravitude.
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