Juana González Gago

Aunque no tuvo una vida fácil y el destino le tenía preparados varios palos gordos, dicen los que la conocían bien que Juana González Gago era una mujer alegre y habladora, de las que no paran quietas ni un momento. Pero, por encima de todo, adoraba a los suyos, sobre todo a los más pequeños de la casa.
Criarse al lado del mar llevó a Juana González a estar buena parte de su vida vinculada al sector pesquero. La fábrica de salazón que en el pasado funcionó en la playa de O Castro, en Castiñeiras; el viejo almacén de bacalao de Ribeira y la depuradora de mejillón del puerto de Aguiño fueron las principales empresas en las que desempeñó su faceta laboral.
Cuando su sueño de fundar una familia se truncó, recurrió al cariño de los suyos y se fue a vivir con su hermano José González y su cuñada Maruja Paz a Aguiño, pasando a convertirse en uno de los pilares de la casa. Vio crecer a los hijos de la pareja, sus sobrinos, como si fueran los suyos propios, llenándolos de mimos y disfrutando con cada uno de sus éxitos. «Encantábanlle os nenos», recuerda Raquel. Ella y su gemela, María, eran sus ojitos derechos, si bien es cierto que Juana González tampoco escatimaba atenciones con Julio y Fran.
La familia al completo gozó de inolvidables jornadas festivas, tanto dentro como fuera de la casa. A Juana González le gustaban especialmente las celebraciones de carácter religioso y sus allegados recuerdan que disfrutaba enormemente en A Romaxe, así como en otras citas similares.
Era una mujer luchadora, que antes de que el silencioso coronavirus se apoderara de ella, ya había encarado a la muerte con un cáncer de colon que superó con éxito hace tres décadas. Aún después de quedarse viuda siendo muy joven y de haber pasado por esta terrible enfermedad, mantenía intacta una alegría que contagiaba a todos los que la rodeaban. Sus allegados la recuerdan como una mujer muy activa, que siempre tenía que estar haciendo algo.
Pero parece que el destino se empeñó una y otra vez en ir poniendo obstáculos en su camino. Una sepsis derivada de una neumonía que sufrió hace un par de años fue el principio del fin. A raíz de dicha enfermedad comenzaron los problemas respiratorios, que fueron agravándose con el tiempo. A ellos se sumó la fractura de una cadera, que dejó a Juana González sin poder caminar.
El covid-19 se cruzó en la vida de esta vecina de Aguiño en el momento menos oportuno, cuando las defensas le flaqueaban debido a una hospitalización motivada por los problemas respiratorios que venía arrastrando. Juana no tuvo las fuerzas suficientes para ganar la batalla y acabó dejándose vencer.
Se fue tras haber disfrutado durante los dos últimos años de la compañía del pequeño Dani, hijo de su sobrina Raquel, que era para ella un nieto. Pero se marchó sin tener la oportunidad de estrechar entre sus brazos al pequeño de la familia, Xabi, hijo de María, que nacía el pasado miércoles. Juana González se despidió dejando un enorme hueco en el corazón de todos los que la conocieron de cerca, que echarán en falta la alegría y las ganas de vivir que derrochaba.
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