Benito Vila Tejo y Laura Señoráns Paz

Benito Vila Tejo y Laura Señoráns Paz

La emigración hizo que Benito Vila, natural de Ribadumia, no conociese a su padre hasta los 17 años. Poco después, era él mismo el que cogía la maleta para escapar de la miseria de la posguerra. Se marchó a Argentina, como había hecho su hermano. Pero, antes de subirse al barco, hizo una promesa. Le pidió a Laura Señoráns, la novia de la que llevaba enamorado desde los catorce años, que le esperase, que volvería a por ella. Cumplió su palabra. Y ya nunca se separaron. Ni siquiera ante la muerte. Porque el coronavirus se los llevó a ambos con solo unos días de diferencia, después de que contrajesen el virus en una residencia de Cangas, donde vivían desde diciembre del año pasado.

Benito y Laura, que tuvieron una hija, pasaron buena parte de su vida en Argentina. Allí, demostraron que eran unos auténticos supervivientes. Él, sin apenas estudios, empezó lavando copas en un hotel y acabó trabajando en el Banco de Boston. Luego, se dedicó a la gestión de propiedades. Ella, como recuerda con emoción su hija Beatriz, era una mujer «valiente, luchadora y tenaz, que enfrentó el reto de la vida con gran entereza». 

En Buenos Aires hicieron piña con la colectividad gallega y abrazaron a los paisanos que iban llegando en busca de porvenir. Benito fue presidente del Hogar de Ribadumia de la capital bonaerense durante más de 25 años. El corralito empujó a su hija y a su yerno a regresar a España y tras ellos vinieron Benito y Laura, que se afincaron en Pontevedra. Aún así, él, un hombre siempre inquieto, viajó 19 veces a Buenos Aires en pocos años.

Hace unos meses, sus achaques les llevaron a irse a vivir a una residencia. Benito no llegó a abandonar el centro, donde murió el 31 de marzo. Su hija no había asimilado su muerte cuando llegó la segunda mala noticia: su madre falleció cuatro días después en el Álvaro Cunqueiro.

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